Fr. Lino Miranda C., ofm.
Convento del Señor Crucificado – C° Barón.
Este cuarto domingo de adviento, la liturgia nos presenta este hermoso texto de Lucas que nos narra el encuentro de dos mujeres tocadas profundamente por la misericordia de Dios. Dos mujeres que son portadoras de buenas noticias, dos mujeres que se han abierto a la acción del Espíritu Santo; dos mujeres cuyas maternidades prodigiosas vienen a dar esperanza al mundo. Dos mujeres que se han abierto a la vida, diciéndole sí.
El gesto de María de visitar a su prima Isabel, expresa disposición para el encuentro, pues se pone de prisa para encontrarse con ella y compartir la alegría de la fecundidad que viene de Dios en sus propias vidas. María se hace peregrina para el servicio y el cuidado de otra, con el fin de poder ser ya “fermento en la masa” haciéndose discípula de su propio hijo que lleva en su vientre. María va al encuentro de su prima Isabel para estar y ayudar en la misión de ser la madre del precursor.
Las palabras de Isabel son especialmente de reconocimiento y veneración para aquella joven que se ha sumado al “sueño de Dios” con su sí generoso. Isabel, mujer consciente de la gracia recibida, también es consciente de aquella que, con abundancia, ha venido sobre esa joven virgen que viene a visitarla para compartir juntas la alegría de Dios en sus vidas.
Bienaventuradas son ambas, por haber creído aquello que les fue anunciado por el ángel; bienaventuradas son por haberse sumado al proyecto de Dios; bienaventuradas son por correr los riesgos de aquella maternidad fuera de lo común, de las cuales sin duda sintieron algún temor e incertidumbre en algún momento por lo que significaría el desarrollo de esta misión, más confiaron y perseveraron abriendo el camino al Salvador de la humanidad y de toda la Creación.
Estamos pronto a comenzar un tiempo jubilar donde se nos invita a ser peregrinos de la esperanza, recemos para que nosotros, consagrados y consagradas, podamos siempre renovar con esperanza nuestro sí generoso al proyecto de Dios en nuestras vidas tanto con la palabra como con el gesto. Con nuestras palabras, haciéndonos conscientes del compromiso asumido con Jesús, renovándolo en cada momento de encuentro íntimo con él, ya sea en la oración personal y comunitaria, en la vivencia sacramental, especialmente en la Eucaristía y dándolo a conocer con nuestras palabras de reconocimiento y veneración hacia el hermano/hermana por todo lo que el Señor hace en él o en ella.
Que nuestras fraternidades religiosas sean espacios donde las palabras expresadas transmitan respeto, calidez, buen trato, cercanía y valoración por la vida del hermano o de la hermana. Pero al mismo tiempo vayan acompañadas con el gesto concreto, es decir, visibilizando aquello que se expresa con actitudes y acciones que pongan en evidencia lo que el Espíritu Santo va obrando en nosotros: el servicio. Saquemos de nuestra convivencia fraterna toda conducta abusiva y de mal trato que dividen nuestras relaciones y al mismo tiempo debilitan el testimonio de vida en comunión fraterna para los demás.
Que el encuentro fraterno de estas dos mujeres nos invite, en la cotidianidad de la vida, a salir al encuentro del hermano/hermana, de mi fraternidad a través del servicio; como también reconociendo su don para mi vida y la vida de todo nuestro instituto como una forma de devolver a Dios todos los bienes que Él, en su infinito amor, nos entrega cada día. Que el testimonio de María e Isabel sean el incentivo para que nuestra vida religiosa siga siendo fecunda en medio del caminar de la Iglesia.
Que este tiempo de Navidad que se nos avecina seamos portadores de buenas noticias. ¡¡¡Felices, hermanos, porque hemos creído lo que Dios nos ha anunciado!!!
