Hna. Valentina Pérez, sscc
Religiosa de los Sagrados Corazones
Evangelio según San Lucas 13, 1-9
En la hoja del domingo pasado, nos recordaba e invitaba a tomar consciencia del gran recurso que tenemos nosotros los cristianos: La oración, y nos decía lo siguiente: “requiere de tiempo, una actitud y, sobre todo de intimidad. Solo los que se retiran serán testigos de ver la transfiguración, de escuchar al Señor”. Lucas nos sitúa camino a Jerusalén.
Jesús pasas de los hechos al Anuncio del Reino y a la invitación a la conversión. La parábola de la higuera que menciona el texto se puede hacer una doble lectura. La primera se refiere a la falta de fruto; la segunda insinúa tomar una decisión frente a la esterilidad de la higuera: cortar por sano y acabar con higuera o darle una oportunidad. Multiplicar los cuidados para conseguir buenos frutos.
Jesús nos invita a todos tomar una de decisión, la conversión mediante el arrepentimiento, es el fruto que Dios espera de nuestra reflexión.
El Señor, dueño de inmensa viña que es el mundo, ha sido generoso en plantar. Ahora exigente en reclamar los frutos. Somos grandes productores de palabras y promesas, que quedan reducidas muchas veces en nada. Basta ya de eso! Esa es la decisión que debemos tomar, la de nuestra conversión, cada día.
Algunas preguntas nos acosan: ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué un discípulo sin maestro? ¿Para qué una comunidad sin proyecto? Para Dios nos hay últimas oportunidades. Su generosidad es sin medida, pero aun así, debemos dar nuestra palabra.
Vidas estériles no tienen cabida en la viña en el su plan del Señor. De nada sirve cultivar corazones vacíos, ejercicio de piedad rutinaria, repetición de jaculatorias sin sentido. Por los frutos nos conocerán. No podemos seguir como higueras estériles, sino más bien preocuparnos u cultivar en dar fruto…y buen fruto, abundante.
La invitación del Papa Francisco para el tiempo de cuaresma, es “trabajar” por nuestra conversión. Tiempo especial para mirar nuestras acciones, actitud, nuestro compromiso, nuestras opciones personales y comunitarias. Entonces cabe preguntarnos: Si cada día hemos mirado con atención, con mayor interés y cuidado las personas con las que trabajamos, con las que encontramos en el camino, y no pasar de largo. Si hemos orado por aquellos que lo necesitan.
Preguntémonos con decisión y compromiso: Que más podemos hacer para aminorar el dolor de nuestros hermanos, para acompañar y escuchar, para estar allí donde la vida clama, donde el Señor nos necesita y amar en su nombre a los pobres y a las personas más vulnerables.
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