“Los últimos serán los primeros”
Hna. Patricia Villarroel
Superiora Provincial de las Religiosas de los Sagrados Corazones
Evangelio Según San Mateo 19, 30 – 20, 16
¿A quién le cabe duda de que el Evangelio viene a revertir las cosas? ¿Que Dios tiene criterios distintos a los nuestros, y que el entendimiento humano, no alcanza a vislumbrar, siquiera, todo su ser?
Lo que sabemos de Dios, lo que nos dice la Escritura, lo que Jesús le enseñó a sus discípulos (y que muchas veces no entendieron); lo que vamos aprendiendo desde nuestra experiencia con Él, nunca llegará a agotar su inmensidad… Esto es lo primero que nos enseña esta parábola. Que Dios seguirá estando más allá de todo lo que podemos imaginar, comprender, intuir… Que Él siempre podrá sorprendernos.
¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! (Rom 11,33)
Generalmente, el Evangelio nos interpela y nos incomoda, porque nos hace mirar de frente nuestras incoherencias. La parábola de los obreros de la viña, sin embargo, va más allá que eso. Ella nos sale al encuentro, no de nuestras debilidades, faltas o inconsistencias. Ella sale al encuentro de nuestra lógica, de lo que pensamos sanamente que sería lo normal, lo bueno, lo justo…
Ella nos hace enfrentarnos con una imagen del Reino de Dios, que incluso, a veces, no nos gusta… ¿Cómo es posible que los que trabajaron todo el día tengan la misma paga que los que llegaron hacia el final de la jornada? No parece razonable.
Y es que las reglas con que opera el Reino son otras, muy diferentes a las nuestras. En un mundo de retribuciones, premios y castigos, no acabamos de entender que el amor no funciona en base al mérito. Que corre por otros carriles que nada tienen que ver con lo que hicimos, con los derechos, con nuestras cualidades, esfuerzos o virtudes. El amor no es una recompensa, un bien ganado o adquirido por un buen comportamiento. ¡Es totalmente gratis!
Y tenemos de ello muchos ejemplos. ¿No lo saben, acaso, las mujeres que siguen amando al hijo que delinque, y lo visitan en la cárcel dos veces por semana? ¿No lo saben las miles de personas que han sido capaces de perdonar agravios y humillaciones, simplemente, porque aman? ¿O tal vez, tantas y tantos que dan testimonio de humanidad, de entrega desinteresada, de amor verdadero, sin medir merecimientos, ni preguntar por las virtudes?
¡Y aún así, nos cuesta entender la lógica de la gratuidad, de la sobreabundancia, de la misericordia!
El dueño de la viña sale muchas veces en el día a la plaza a buscar otros obreros. Pareciera estar menos preocupado de su cosecha que de la necesidad de trabajo que ellos tienen. Incluso, le pregunta a los últimos: “¿cómo se han quedado aquí todo el día, sin hacer nada?”. Será que él sabe lo que siente un hombre sin trabajo, sin salario, sin qué ofrecerle a su familia… No tenemos por qué suponer que están allí de flojos, de holgazanes o de vagos. No lo dice el texto. “Nadie nos ha contratado”, le contestan. Y al final del día, reciben la paga que corresponde a un día de trabajo. Lo que necesitan llevar a su casa.
Dios se compara con este hombre bueno que no midió el aporte que hicieron los obreros en su viña, sino la necesidad que ellos tenían. ¡No parece un buen administrador! Su generosidad es demasiado grande, sobrepasa los márgenes de nuestro entendimiento, supera nuestro concepto de justicia. Su misericordia no tiene límites. Él no excluye a nadie y busca a todas horas, nuevos operarios… La viña es su Reino, su casa, la vida nueva a la que estamos todos convidados. Y allí, no importa la hora en que lleguemos, porque todos tendremos la misma paga.
Sin duda que su caudal no es escaso. Que lo que Dios ofrece alcanza bien para todos. Pero a veces pensamos que somos obreros de la mañana, nos creemos con cierto mérito, con algún tipo de privilegio. Entonces, nos parece una injusticia no tener una paga mayor. ¿No hay algo de soberbia en ello? ¿Alguna ambición? Por ello, no entraremos primero.
Qué importante ponernos en la fila de los últimos, de los que no tienen regalías, ni fueros, ni ventajas especiales, porque entonces, sí nos alegrará la parábola, entenderemos mejor la gratuidad de Dios y su misericordia sin límite, y tal vez, seamos de los primeros en entrar.
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