LA PALABRA SE HIZO CARNE… Y PUSO SU TIENDA ENTRE NOSOTROS
Jn 1,1-18
Hna. María Salud Sánchez
Ursulinas de Jesús, residente en Bolivia
Este gran texto teológico, conocido como el prólogo de San Juan, nos habla de la Palabra, el Verbo de Dios como Principio creador de todo lo que existe, de todo lo que tiene vida en nuestra tierra, incluido el ser humano. Este ser humano, creación de Dios a imagen de Dios. Hombre y mujer nos creó y puso el mundo en nuestras manos, para cuidarlo y embellecerlo más.
Y hoy, deberíamos preguntarnos: ¿Qué hemos hecho de nuestro mundo? ¿Qué hemos hecho con la creación? ¿Con el medio ambiente?
El mundo, este mundo palpable, que solíamos tratar con fastidio y falta de respeto, con el que habitualmente consideramos lugares sin una asociación sagrada para nosotros, es en verdad un lugar sagrado, y no lo sabíamos. Venite, adoremus…
P. Teilhard de Chardin
En la Palabra estaba la vida y esa vida es la Luz. Luz de la humanidad, que habita lo más profundo de nuestro ser, el Sentido de nuestra vida.
¿Qué hemos hecho de nuestra vida, de nuestra luz, que es, el Señor?
La Palabra vino a su casa y los suyos no la recibieron.
Y hoy, ¿estamos preparados para acogerla?
En virtud de la Creación, y aún más de la Encarnación, nada de lo que sigue a continuación es profano para quienes saben ver.
P. Teilhard de Chardin
¿Cuáles son esas tinieblas que nos rodean o de nuestro interior, que no, nos dejan ver la luz, su Presencia, en nuestro mundo, en nuestra vida, en nuestras comunidades, ¿en nuestras familias?
Hubo un hombre, llamado Juan, enviado por Dios, para dar testimonio de esa Luz.
Y nosotros: ¿Somos capaces de anunciar ese Dios que, se hace Palabra, Luz y Vida, cada año, cada día, cada minuto, en medio de tanta oscuridad?
A todos aquellos que recibieron esta Palabra les dio la capacidad de llegar a ser hijos, hijas de Dios. Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros.
Si… ¡Hijos de Dios! Capaces de reconocer su gloria, su presencia en Jesús, Verbo Encarnado, nacido en un portal de Belén, en un pesebre, sin privilegios, sin poder, frágil como un niño, lleno de ternura, de amor y de luz. Palabra hecha carne y vida humana.
A Dios no lo hemos visto nunca, cara a cara, pero su Hijo nos lo ha dado a conocer en la Encarnación. En Jesús, vamos descubriendo:
Un Dios que se hace carne en lo pequeño, en lo frágil, en los pobres.
Un Dios que viene lleno de ternura, de compasión y amor, por sus hijos e hijas.
Un Dios que nos recuerda el valor de lo sencillo, lo humilde.
Un Dios que viene a darnos la dignidad de hijos y a hacernos hermanos y hermanas de la gran familia humana.
FT 95. El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
Un Dios que no se cansa de venir, una y otra vez a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestras comunidades.
Un Dios que atraviesa nuestras tinieblas, porque es capaz de vencerlas, apareciendo como luz.