“Una Familia que nos enseña a ser familia”
Lc 2, 41-52
Hna. Cecilia Rogel N.
Ursulinas de Jesús
La liturgia de la Iglesia, después de invitarnos a contemplar y celebrar el nacimiento del Niño de Belén, nos hace girar la mirada hacia el corazón de la Sagrada Familia. En este día, pidamos al Señor la gracia de dejarnos enseñar por Jesús, María y José, que ellos sean escuela de Encarnación donde aprendamos a construir una familia más humana, solidaria y siempre al servicio de los más frágiles.
La Sagrada Familia, lo primero que nos enseña, es que se hace Sagrada en su misión de Familia en medio de la cotidianeidad de su vivir juntos, caminando hacia Jerusalén, buscando a Jesús, compartiendo la sabiduría y las preguntas, creciendo humanamente y en la fe, viviendo momentos de incomprensión e incertidumbre, aprendiendo unos de otros, aceptando la crisis como oportunidad, solidarizando con la angustia y la preocupación de otros, regresando a Nazaret.
Si fijamos nuestra mirada en José, vemos a un padre amoroso, a un hombre de fe profunda, que se deja interpelar por Dios, que vive su misión de padre y esposo en segundo plano, y que en el silencio de su corazón es capaz de escuchar la voz del Señor para acoger su Voluntad, y hacer posible el sueño de Dios para la humanidad.
Contemplando a María, vemos a una mujer valiente, madre entrañable, fiel a la Voluntad de Dios, mujer de esperanza…mujer que acoge la vida no desde la razón, sino desde el corazón, desde ese lugar tan intimo donde dejamos a Dios ser Dios…“María guardaba todo en su corazón”. María, desde su cotidianeidad se convierte para nosotros en maestra de esperanza, y testimonio del amor radical por Jesús.
Centrando, ahora nuestra atención en Jesús, podemos ver cómo sin prisa y sin pausa Jesús va comprendiendo y asumiendo su misión de hijo y hermano, acogiendo las crisis que supone cualquier proceso de crecimiento humano.
La vida cotidiana de Jesús en Nazaret es el lugar, el espacio y el tiempo privilegiado donde Jesús crece en sabiduría, estatura y gracia…es el lugar donde hay que regresar y permanecer, porque es ahí, en esa humildad y sencillez de pueblo donde Dios se le va revelando como Padre, y donde va aprendiendo a construir familia, no solo la suya más próxima sino la que formará muchos años más tarde con todos aquellos que han optan por seguirle.
Nazaret, es silencio, es cotidianeidad, es vida oculta, es ese espacio y lugar donde la vida no tiene nada de espectacular, pero donde, sin embargo, nos jugamos lo más esencial de nuestras existencias como cristianos: el amor a Dios y el amor al prójimo.