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Comentario Evangelio 27 de Noviembre

La hora menos pensada
27 de noviembre de 2022 – I domingo de adviento
Mateo 24, 37-44

Hno. Ramón Gutiérrez Pavez
Religioso Asuncionista

Antes del diluvio “la gente comía, bebía y se casaba”. Y “no sospechaban nada”. Con una rápida mirada comprobamos que es tal como sucede hoy entre nosotros, estamos viviendo en forma muy semejante a esas personas antediluvianas. Tenemos diferentes costumbres, pero, en lo esencial, somos iguales: comemos, bebemos, optamos por vivir con otras personas. Unos casados, otros solteros en la casa paterna, otros en pareja sin contrato civil ni religioso y algunos y algunas -muy pocos-, viviendo en comunidad consagrados-as a las tareas del Reino del Señor, pero igual comiendo y bebiendo y, quizá también, bastante despreocupados de la “venida del Hijo del Hombre”. Por eso la Iglesia nos ayuda con estos ciclos, o vueltas de año que llamamos tiempos litúrgicos. Nos ayudan, nos sirven para renovar nuestras conciencias y nos colocan de nuevo en el camino del seguimiento del Señor.

¿Cuándo será la venida tan mentada y para algunos tan temida?

Porque recordemos que, en nuestra cultura, se teme el juicio final, o esa vuelta del Señor. Y ahí nos enredamos porque le queremos colocar fecha, queremos saber cuándo será y nos imaginamos que viene por ahí cerca. O que está lejos. Y nos quedamos desprevenidos.

Pero esa venida ya está, ya es. Y tenemos que estar prevenidos.

La “hora menos pensada” es la clave. Y como es una hora que no tiene relación con años, meses o días, es una hora de siempre. Es complicado y, puede parecer también una idea o algo falso, pero es lo más real y verdadero. El Señor está viniendo a cada instante hacia nosotros, hacía ti, a cada uno de los que creemos en El.

Los consagrados y consagradas repetimos esto constantemente, pero, de tanto hacerlo, se nos puede diluir entre las manos, como el agua que pasa entre los dedos y se va, y no se queda.

“Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor”. Prevenir es un verbo activo transitivo. Se trata de preparar, aprestar con anticipación lo necesario.

Y ahora, a la vuelta de año (como decimos en el campo), nos encontramos nuevamente con este maravilloso tiempo llamado Adviento. Tiempo de espera, tiempo que nos ayuda a todos los cristianos-católicos, a esperar, de la mejor forma posible, la llegada del Mesías. El acontecimiento de la Navidad exige de cada uno de nosotros una disposición especial que nada tiene que ver con lo externo, lo de los escaparates, lo de los regalos por cumplir, nada, todo eso es ajeno a la llegada de Jesús.

Envueltos, consagrados y consagradas, en el mundo externo que rodea el nacimiento de Jesús, podemos salir perdiendo la maravilla de la llegada del Señor a nuestras vidas. No sabemos ni día ni hora, pero Jesús viene a nuestro encuentro, quiere entrar en nosotros, en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestros planes, en todo lo que vivimos, pero por descuido podemos dejarlo afuera.

Ocupados en tantas tareas que nos autoimponemos, nos vemos envueltos en muchas cosas urgentes que no siempre son las más importantes y ni siquiera necesarias.

Prepararnos para recibir la llegada del Señor es una actividad que no tiene horarios, es siempre. Si miramos la vida de los mayores en nuestras familias religiosas, descubriremos con orgullo que nos antecedieron unas mujeres y unos hombres que se entregaron a Dios sin reservarse nada y esa entrega fue a partir de la realidad de cada uno y de cada una. Esos religiosos y religiosas, especialmente los de las primeras etapas de nuestras familias religiosas, no tenían reparos en reconocer sus limitaciones y sus fallas. Se sabían con límites, por eso se colocaban en las manos del Señor con unas ansias de santidad que, a nosotros nos pueden parecer exageradas, pero no. Eran las expresiones del amor a Dios que tenían esas personas.

Una hermana del Buen Pastor que conocí en mi juventud era trabajadora como hormiga y también muy rezadora. Pero, eso lo matizaba muy bien con su alegre carácter, con su acogida y con un cariñoso respeto por todas sus hermanas, por las mujeres encarceladas que cuidaba como si fueran sus hijas y por quien llegara a la portería del convento. Tenía, esa buena mujer y buena monja, un amor a Jesús de una profundidad a toda prueba. Ella decía: “yo amo a Jesús y él está a mi lado en todas las personas que diariamente encuentro aquí en el convento”. Todas sus hermanas de comunidad, la respetaban y gozaban con su presencia y cercanía. En esos años las hermanas del Buen Pastor tenían una vida casi contemplativa, muy estricta y, en el convento que recuerdo estaba la cárcel de mujeres. Por lo tanto, no en todos los rincones de ese lugar había fragancia de santidad, de bondad, de buenas maneras, de lenguaje delicado. Era una vida durísima. Esta mujer consagrada hacía realidad, en su vida, las palabras del Señor: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”.

A la hora que fuera, esa mujer consagrada irradiaba bondad, estaba íntimamente unida a Jesús y eso le brotaba por los poros, era una mujer justa, o sea santa sin afectación alguna. La recuerdo como una mujer normal, pero buenísima.  

Cada uno y cada una, con las riquezas del propio carisma congregacional, hagamos el camino del Adviento con todos nuestros sentidos atentos, porque el Señor está llegando cada día a nuestras vidas. De esto depende nuestra consagración, recibir al Señor y entregarlo con nuestra propia vida, con pocas palabras y con muchos actos y ejemplos. Eso es lo que nos falta y eso es lo único que atraerá a las generaciones más jóvenes para consagrarse al Señor.

No nos descuidemos, el Señor llegará a nuestro lado y tenemos que estar muy despiertos y listos para el viaje.

Al final de año, en diciembre hay muchas distracciones, mantengamos la vista fija en lo esencial: Jesús. Sí, porque Él nos llamó y sostiene nuestra fidelidad tomando en cuenta toda, toda nuestra debilidad.

“Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”.

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