Hermana Teresa Figueroa Martínez
Carmelita Misionera
El evangelio de este domingo nos presenta dos modelos de vida cristiana, una la del Fariseo que tiene que ver con el cumplimiento, apegado a la norma, al culto, al rito, aparentemente podríamos decir “un buen cristiano”, pero, mira con desprecio a los demás, Dios no ha tocado su corazón, más bien no hay lugar para Dios en su vida porque está lleno de sí mismo.
y la otra del Publicano que sí deja a Dios entrar en su vida: “ten misericordia de mí”, reconoce a Dios como un Padre lleno de bondad y amor. “soy un pecador” sabe quién es él, reconoce su debilidad y que sólo Dios puede transformar su vida.
Este evangelio nos muestra la verdadera actitud al presentarnos a Dios: Confianza, entrega sincera y aprender a estar con Él en los momentos de oración contemplativa y saber mirar con sus propios ojos a los demás y la realidad.
Nosotras (os) tenemos un poco de los dos y en esta ambigüedad muchas veces camina nuestra vida.
Nuestra oración debe ser como la de Dios: Oídos para escuchar el clamor del pueblo, que clama por justicia, igualdad. Un corazón que se duela con esa realidad y Manos y pies para abrazar esta impotencia, frustración y luchar para que acontezca el Reino de Dios.
La verdadera oración nos lleva al compromiso con la Vida, con los demás. De sentir propios los padecimientos de nuestros hermanos y hermanas y acompañar sus frustraciones que son las nuestras.
La verdadera oración nos lleva a comprometernos a “despertar” del aletargamiento que estamos inmersos, de sacudirnos del tedio de la vida, de no mirarnos a nosotros mismos, sino, a juntar nuestras voces, nuestras pisadas con el pueblo que marcha para recuperar la esperanza y una vida más justa, más plena.
La verdadera oración nos ayudará a recuperar nuestro espíritu profético.
Es bueno detenernos y preguntarnos como es nuestra oración, si en ella tenemos un verdadero encuentro con Dios y si nos lleva a estar con el pueblo a luchar contra las desigualdades.
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