Transfiguración de Jesús
(Marcos 9, 2-10)
Hna. Sandra Henríquez, cm
Carmelitas Misioneras
Vamos a iniciar la reflexión volviendo algunos versículos más atrás de la narración de la transfiguración de Jesús. Ya en Mc 8, 29 se nos presenta el impulsivo y fervoroso acto de fe proclamado por Pedro ante la pregunta de Jesús ¿Quién dicen ustedes que soy yo?, a lo que responde ¡Tú eres el Cristo!, episodio que culmina con la reprimenda de Jesús (8,33) ante la incomprensión de que seguirlo es asumir el rechazo, la condena, la negación y hasta la perdida de sí mismo, es decir cargar la cruz (8,34-35).
A veces nos pasa lo mismo, hacemos de nuestro seguimiento a Jesús una seguidilla de proclamaciones fervorosas: ¡Tú eres mi Señor!, ¡Tú eres mi Dios!, Tú eres…, tú eres…., que nacen de nuestra genuina experiencia de fe, (como la de Pedro), fundamentada en la entrega de la vida a través de la opción radical de seguimiento en la vida consagrada, proclamaciones que están precedidas por años de servicio, entrega, interioridad, relaciones, procesos humanos y espirituales, que van madurando el amor primero, pero que en algún momento se hacen insuficientes porque necesitan acoger otro sí, venido de “Otra Voz” que sostiene la nuestra, la recrea y porque no decirlo la descansa.
En el episodio de la Transfiguración, el sí del seguimiento es avalado por la profecía (Elías) y la Ley (Moíses), y reafirmado por la voz del Padre: ¡Este es mi hijo amado: a Él han de escuchar! (9,7), el Padre es el garante del Hijo y todo amor al hijo procede de Él, y su paternidad nos hace hijos e hijas, nos hermana. Nuestro seguimiento hasta la cruz es sostenido por la Palabra del Padre “A Él han de escuchar”; lo nuestro, entonces, es “ESCUCHAR”, aplicar el oído de discípula/o, abrir los sentidos interiores para distinguir las voces que nos llegan y reconocer aquella que, como hace unos años atrás nos lanzó a la entrega de la vida; lo nuestro, es mantener la “osadía profética de Elías” para acallar aquellas voces que deshumanizan y hacen perder la dignidad; lo nuestro, es acoger la ley de la caridad: “amar a Dios y a los prójimos”, hacernos próximos para construir juntos la fraternidad universal, en total unidad con la casa común, cargando, encargando y haciéndonos cargo de toda samaritanidad; lo nuestro, en definitiva, es ser “escuchantes de la voz del Padre en el Hijo, escuchantes de su voz para inclinarnos como Él ante los gritos y voces acalladas de quienes padecen todo tipo de atropello; escuchantes interiores para mantener un tímido sí, fervoroso y apasionado, ¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres la voz del Padre!