Dejar que Jesús multipleque mis panes
Fr. Lino Miranda C., ofm.
Muchos siguen a Jesús, ya que en él encuentran vida y esperanza para sus historias, muchas veces marcadas por la exclusión que implicaba el pecado, el dolor y la soledad de la enfermedad, el miedo y la turbación que significaba estar divididos por un espíritu impuro. Las palabras del Maestro Jesús llenaban de sentido sus vidas y se sentían nuevamente hombres y mujeres con dignidad al descubrir que el Reino que predicaba era un Reino donde tenían cabida y protagonismo.
Jesús contempla a esos hombres y mujeres, levanta su mirada para verlos concretamente y visualiza su necesidad: tenían hambre. Pide a sus discípulos que les den de comer, sin embargo, ellos encuentran sólo obstáculos: no tienen el dinero suficiente, tienen cinco panes y dos peces y eso no basta, no alcanza para alimentar a esa multitud. Sólo excusas y quizás quejas de lo que no tienen; lo discípulos aun no comprenden de que están en la presencia del Hijo de Dios, quien puede hacer nuevas todas las cosas; contemplan de modo pesimista el momento que están viviendo y no se dan cuenta de que es una oportunidad para manifestar el poder de Dios, porque para él nada es imposible.
Sólo cinco panes y dos peces, con eso es lo que se cuenta, muy insignificante para los discípulos quienes ven la situación de modo pesimista, sin embargo Jesús multiplica lo poco haciéndolo abundante hasta tal punto de llenar doce canastas para que no se pierda nada.
Jesús multiplica lo que para muchos fue poco e insignificante. Jesús demuestra que él puede transformar en abundante lo que para muchos puede ser escaso.
Aquella multitud fatigada de caminar y de no probar bocado es saciada y sin duda experimenta la alegría y el gozo de ser alimentados por el mismo Dios.
Durante estos últimos años nuestra vida consagrada ha experimentado por todos lados varias situaciones que le han provocado cansancio, agobio y hambre de Dios. Al mismo tiempo no faltan los pesimistas y los quejumbrosos que ven todo sin esperanza (defendiéndose de que son “realistas”) y que teniendo “sus panes y sus pescados” no los ofrecen para satisfacer la necesidad que vamos teniendo en el hoy de nuestra historia. Y permanecen ahí, sin ser un aporte real para la construcción del Reino.
Jesús hizo que la multitud se sentará, ocupó lo que tenía para poder alimentarlos, pronunció la bendición y Él mismo, nos dice el evangelio, los distribuyó; él fue a los grupos que estaban sentados sobre la hierba, y les dio todo lo que quisieron. Jesús dio testimonio a los discípulos de que lo que parece poco puede multiplicarse desde una fe profunda.
Yo, consagrada/consagrado ¿Cuáles son mis cinco panes y mis dos pescados que tengo para multiplicar para el servicio a los demás? ¿Quiénes son los que tienen hambre a mi alrededor? ¿Cuáles son sus nombres y sus rostros?
Mi fraternidad religiosa: ¿cómo multiplica sus panes y sus peces con el don de cada miembro? ¿Cómo acojo el don de cada hermano en mi vida? ¿Dónde están los que tienen hambre alrededor de mi casa religiosa o convento? Decido alzar la mirada como Jesús e ir donde ellos para ofrecer lo que tengo; o prefiero permanecer como los discípulos quienes sólo vieron excusas y trabas para el milagro de la multiplicación.
Este texto hace profundamente alusión a la eucaristía. Nosotros, consagrados, que tenemos la eucaristía como centro de nuestra vida: nos mueve a vivir confiados ya que sumando mis panes y mis peces a la de mis hermanos, puedo ir al encuentro de quienes tienen hambre de Dios hoy día.
