Una Invitación Siempre Nueva
La Elección por el Reino de Dios en Tiempos de Aflicción
Hna. Claudia Lazcano Cárcamo, MSsR.
Misioneras Redentoristas
En el evangelio de este domingo, Mateo nos sitúa en un contexto vocacional transversal y sencillo, ese que nos invita a la justicia, a velar por el bien común y ser cristianos al modo del evangelio. En el relato se plantea por medio del dialogo de Jesús con sus discípulos algunas exigencias en el seguimiento del Maestro “el que ama a su padre, o a su madre más que a mí, no es digno de mi”. Generalmente en el inicio de nuestro caminar como religiosas, religiosos, sacerdotes y como sociedad cristiana, entendemos esto como algo muy concreto en el llamado; dejar la familia y entregarnos con todas nuestra fuerza, amor y vida al servicio. Más hoy día después de una avanzado caminar como pueblo de Dios, emerge la pregunta de cara a este dialogo ¿Qué tengo que dejar para ser digno del Maestro? ¿Cómo vivimos en nuestras comunidades en este tiempo de crisis social, de enfermedad, soledades involuntarias, de miedos flotando en cada acercamiento? ¿Qué conflictos internos y externos ha dejado al descubierto este tiempo de desolación?
Claramente ha traído cambios por ello este evangelio nos lleva a revisar nuestra misión en una Iglesia que busca vivir la encarnación del Dios con nosotros; ese que se dibuja en cada rostro ajado por el cansancio y la vejez de ceño serio y labios temblorosos ocultos en una mascarilla o en las manos abiertas de tantos hermanos y hermanas que cada día buscan en espacios de dos metros de distanciamiento social un trabajo, un salario justo, una oportunidad que les permita ser visibles para una sociedad que cada vez es más puertas adentros (y no solo por el COVID-19). Un Dios que se nos revela en los ruegos de tantas miradas colgadas de las ventanas esperando ser afortunados y recibir una ayuda solidaría que les permita un sueño reparador por los menos algunos días.
Sí, Dios quiere ser reconocido no solo en los altares o templos que tanta inquietud nos causa ver cerrados, Es el Padre de todos que quiere ser reconocido en la voz de tantos jóvenes, niños y niñas que se encuentran hacinados en pequeñas edificaciones que tienen más de hogar, que de casas dignas para sus familias. Es en esta realidad donde el texto de Mateo viene a empujar para dar un salto cualitativo en el discipulado. Porque hoy también Jesús exige radicalidad no solo con las ataduras afectivas de personas o lugares como nos enseñaban al inicio de nuestros primeros pasos vocacionales “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mi (…) el que pierde su vida por mí, la encontrará” La reflexión puede ser muy amplia más situarla en tres preguntas nos puede ayudar ¿Que nos supone a nosotros como vida religiosa este tiempo? ¿Qué tradiciones tendremos que romper para dar respuesta a las exigencias de Jesucristo hoy? ¿A qué fatigas añosas personales o comunitarias habrá que sobreponerse para hacernos compañeras y compañeros de caminos de los rostros flagelados de Cristo?
Ser una Iglesia en salida es llevar nuestra fe, nuestro credo a un nuevo nivel “El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe a Aquél que me envío” Entonces nuestra oración, apostolado y entrega debe ser reflejo de la gracia que Dios mismo ha puesto en nosotros, y ser entregada para la salvación de aquellos a los que nos ha confiado. Salvación que aborda a la persona de manera integral, no solo en su vida espiritual. Para ello las comunidades necesitamos dar pasos eclesiales coherentes donde el ejercicio de los carismas se manifiesta como un lenguaje creíble, enraizado en el evangelio. Una comunidad no solo cuida de sí misma, sino que vela por que todo el pueblo que le ha sido encomendado, es ser instrumentos para buscar la manera de apoyarlos para tener algo conque vivir de mejor forma en todo tiempo y especialmente en la aflicción, aunque ello signifiquen perder algo de la vida propia; dejar por un momento espacios calefaccionados, mesas servidas, lugares libres de “contagios” en definitiva es permitirnos experimentar con humildad y sin “seguridades acomodadas” la misión que se nos ha encomendado.
La propuesta de este domingo es dar un paso más; dejar los discursos denostadores, la crítica poco constructiva, los focos que nos seducen en protagonismos mesiánicos para ser los discípulos y discípulas de a pie, de esos que practican solidaridad sin colores políticos, religiosos o revanchistas. Si no más bien, paso a paso, sumando manos y voluntades para responder a la ternura de un Dios que nos invita a compartir nuestro vaso de agua con amor al prójimo, en una respuesta libre. Esa que renueva la elección por un carisma, amor a la Iglesia y que espera en la misericordia de Dios, para ser reconocidos dignos cuando llegue el momento del encuentro con Aquel que nos llamó.
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