LAS BIENAVENTURANZAS::::::::::::::::::
HOJA DE RUTA PARA UNA SOCIEDAD, UNA IGLESIA Y UNA VIDA RELIGIOSA NUEVAS
Mariano Varona G., fms
Evangelio según San Mateo 5, 1 – 12
Las bienaventuranzas son una de las páginas más bellas de los evangelios. No fáciles de interpretar y mucho menos de vivir. Son los textos que mejor expresan la radicalidad del evangelio. Ellas siempre son presentadas como manual de santidad, como la quinta esencia del cristianismo, como modelo de vida para todo cristiano y, de modo especial, para la vida religiosa. También como hoja de ruta de una nueva sociedad, la confirmación de que por esa vía otro mundo sería posible.
En el Evangelio de este domingo, Jesús proclama las bienaventuranzas. Dice el texto que subió a la montaña, a un monte. Y allí entregó el mensaje de las bienaventuranzas. El evangelista nos presenta a Jesús como a un nuevo Moisés entregando no leyes o normas, como hizo Dios en el Sinaí, sino bienaventuranzas, buenas noticias que marcan caminos nuevos hacia la configuración de una nueva sociedad y sendas que llevan a una mayor plenitud humana.
Podemos analizar las bienaventuranzas desde una perspectiva social y otra más espiritual, por decirlo de alguna manera. Siguiendo a un comentarista habitual de los evangelios dominicales podemos señalar su contenido social en estos términos: “es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos no por ser pobres, sino por no ser ricos egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir. Las riquezas no son el valor supremo. El valor supremo es el hombre. Hay que elegir el reino del dinero o el Reino de Dios. Si elegimos el ámbito del dinero, habrá injusticia e inhumanidad. Si estamos en el ámbito de lo divino, habrá amor, es decir humanidad.”
Pero también la aplicación espiritual es válida. Ella me hace recordar cuando estudiaba espiritualidad en la Universidad Gregoriana. Tenía en un curso como compañeros a un grupo de seminaristas latinoamericanos. Estos entraron en una cierta crisis que les llevaba a criticar fuertemente al profesor quien al explicar este texto evangélico ponía el acento en la dimensión de ser pobres de espíritu cuando el acento de ellos iba en la línea de la reivindicación de los pobres, los pobres sociales.
Ciertamente, las bienaventuranzas nos llaman a ser pobres y en esa categoría podemos incluir los términos de las otras bienaventuranzas, es decir personas que confiamos en Dios, que consideramos que Él es nuestra riqueza, que confiamos menos en nuestras fuerzas que en su poder, que nos abandonamos a su voluntad.
Conjugando ambas dimensiones, quiero terminar esta reflexión dominical apropiándome para la vida religiosa del mensaje encontrado en la reflexión que una parroquia hace al comentar este texto de Mateo:
- Dichosa la vida religiosa «pobre de espíritu» y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, de ella es el reino de Dios.
- Dichosa la vida religiosa que «llora» con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y poder, un día será consolada por Dios.
- Dichosa la vida religiosa que renuncia a imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento, practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la tierra prometida.
- Dichosa la vida religiosa que tiene «hambre y sed de justicia» pues buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para todos. Su anhelo será saciado por Dios.
- Dichosa la vida religiosa compasiva que renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios, ella alcanzará de Dios misericordia.
- Dichosa la vida religiosa de «corazón limpio» y conducta transparente, un día verá a Dios.
- Dichosa la vida religiosa que «trabaja por la paz» y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra concordia, ella será hija de Dios.
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