Ascensión del Señor
Fr. Ronald Villalobos A, OFM
Franciscanos
Tanto en la lectura de los Hechos de los Apóstoles como en el evangelio de san Lucas se nos narra el acontecimiento que hoy estamos celebrando: la Ascensión del Señor al cielo. Jesús vuelve al Padre, pero no para dejarnos, sino que, aunque suene contradictorio, para estar siempre con nosotros. Por eso con la celebración de esta solemnidad se nos invita a ser testigos de la nueva forma de presencia del Resucitado. Una nueva presencia que no debemos buscar en el cielo. Hacerlo nos haría merecedores de las palabras que los personajes vestidos de blanco les dirigen a los discípulos: ¿qué hacen ahí plantados mirando el cielo? Más bien, se nos invita a mirar y escudriñar su presencia en lo cotidiano de nuestra vida. Para ser capaces de contemplar la nueva presencia de Jesús es necesario hacerlo con los ojos de la fe. Una fe que se alimenta con el soplo del Espíritu Santo, con ese don del Padre que se nos regala por medio de Jesús, y que hoy les promete a sus discípulos: “yo voy a enviarles el don prometido del Padre”.
¿Por qué los discípulos experimentan alegría al volver a Jerusalén? Jesús se ha ido al cielo, aparentemente los ha dejado solos ¿hay algún motivo para alegrarse? Y claro que sí. Los discípulos son capaces de comprender que la separación física de Jesús no es absoluta, al contrario, es necesaria para que se inicie un nuevo de estar y relacionarse con Él. Por eso están alegres, porque se saben acompañados por Jesús. De esa experiencia fundante brota su alegría abundante. Y nosotros los religiosos, las religiosas, los consagrados y consagradas ¿somos portadores de la alegría que brota de la experiencia de sabernos acompañados por Jesucristo? El Papa Francisco constantemente en su magisterio nos invita a todos los cristianos a vivir la alegría de la fe. Los discípulos volvieron alegres a Jerusalén. Nosotros ¿Cómo volvemos a nuestras comunidades? ¿desesperanzados porque no resultó nuestro proyecto pastoral? ¿irritados y estresados por tantas actividades y trabajos que hemos asumidos? o ¿alegres porque, aún en medio de nuestros cansancios, nos sabemos profundamente amados por Dios? ¿de qué somos testigos? Creo que esta solemnidad es una buena ocasión para preguntarnos.