Hna. María Salomé Labra, ssps
Evangelio Según San Mateo 22, 34-40
El Evangelio de éste domingo, nos vuelve la mirada a lo esencial. La pregunta que, uno de los fariseos, dirige a Jesús a modo de probarlo respecto de ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?, permite que Jesús, nos recuerde la primacía de “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” lo que está profundamente vinculado al segundo mandamiento de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Para Jesús, estos mandamientos son inseparables, no se puede decir que amamos a Dios y no reconocemos a los que nos rodean.
La invitación parece simple, sin embargo, ¿con qué indiferencia caminamos cada día sin reconocer a los hermanos que sufren o pasan necesidad a nuestro lado?, ¿cuán difícil nos resulta escuchar a Dios allí donde la vida clama hoy? Vivir centrados en lo esencial, centrados en Dios nos coloca en relación con los otr@s y nos llama a entendernos como hij@s del mismo Padre.
Amar a Dios con todas mis fuerzas, mis capacidades y a amar a los demás como me quiero a mi mism@ es una hermosa invitación, que me/nos lleva a sintonizar con la presencia del Espíritu en nosotr@s “ya tenemos el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos concedió” (Rom.5, 5). Es su Espíritu el que nos “mueve a exclamar ‘Abba, Padre’…” (Rom.8,15b) y nos hace hij@s amad@s. ¿Cómo no alegrarnos con este don?
Sin embargo, en nuestras experiencias somos testigos de que nuestra falta de conexión con lo esencial, con la belleza y bondad puesta en nuestro ser, favorece que perdamos de vista la centralidad del amor de Dios que da sentido a nuestra vida, y que emerjan nuestras faltas de congruencias y se manifiesten nuestras incoherencias y/o dicotomías en las que se desenvuelven nuestras vidas cotidianas, situaciones que revelan en “no pocos” la falta de amor a sí mismos. Esto nos lleva a caminar como esclavos, atados a cosas a obtener, a imagen que cuidar, a lugares a alcanzar, instituciones que custodiar… y no como hombres y mujeres libres, capaces de amar, de decidir y optar por levantar el rostro y mirar a los ojos a los otr@s reconociéndoles como prójimos, de quienes recibimos muchas posibilidades de crecer y con quienes podemos colaborar para hacer de nuestro mundo una lugar habitable para tod@s. Nuestra vida es valiosa, él nos cuida a cada un@ y nos anima a dejar nuestra huella en esta historia de salvación, que va haciendo en medio nuestro; ésta conciencia despierta gratitud, alegría y entusiasmo por vivir.
Les invito a dejarnos conducir por su Espíritu, gozando de la capacidad de amar la obra hermosa y sagrada que Dios sueña contigo, conmigo, con cada un@; desde allí seremos conducid@s a valorar nuestras decisiones, a vivir con responsabilidad el presente, a buscar el modo de amar hoy a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestro ser, amor que – al mismo tiempo-, nos volverá a hacia nuestros vecinos, compañeros de trabajo, amigos, miembros de nuestras familias, migrantes, empobrecidos y excluidos de nuestra sociedad que esperan sentirse reconocidos como personas y como pertenecientes a nuestra familia humana, al igual que nosotr@s.
Su Espíritu sigue trabajando en nuestro interior y nos mueve a descubrir que estamos llamados a las relaciones entre nosotr@s, a cuidarnos mutuamente, a regalarnos misericordia cuando surgen nuestras fragilidades y a sostenernos acompañándonos en la lucha por ser mejores personas, a cuidar nuestra casa común por el bien de las generaciones futuras, a forjar la cultura del encuentro conectad@s a la fuente de bondad y de vida que derrocha abundantemente, sin medida nuestro Dios, que es en sí mismo una comunidad de amor. ¡Ven Espíritu de Dios y vivifica nuestra capacidad de Amar, de agradecer, de asombrarnos y fecundar las posibilidades que tenemos entre manos!
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