jueves , 21 noviembre 2024
el viento

Comentario Evangelio 30 de Enero

“El futuro pertenece a quienes dan a la próxima generación un motivo de esperanza”
Teilhard de Chardin

Hna. Carolina Madariaga, bp.
Hermanas del Buen Pastor

El Evangelio de hoy nos impulsa a volver a nuestra identidad profética; ser profeta no es una opción en la vida religiosa sino más bien un imperativo que no puede contentarse con anunciar y denunciar en espacios que están fuera de las personas o apostolados que nos son familiares.

Quisiera desarrollar dos perspectivas del evangelio, una dice relación con ser profetas desde dentro en aquellos espacios familiares como son nuestras comunidades e Iglesia; y por otra parte ser profetas para aquellos que no son considerados de nuestra patria y que tienen una apertura a la novedad de Dios que los transforma y da esperanza.

Primeramente, muchas veces hemos escuchado: “nadie es profeta en su tierra”, y pareciera que con esta expresión estamos exentos de profetizar en nuestra tierra, mal interpretando lo que dice Jesús, el cuál pone su acento en que en su patria no es bien recibido un profeta, pero no deja de serlo en medio ellos.

Si ponemos nuestra mirada en la primera lectura del profeta Jeremías, éste nos dice que

nuestra identidad o nuestro ADN es ser profetas, entonces la pregunta es ¿Cómo vivimos nuestra identidad profética espacialmente en nuestras comunidades religiosas? ¿Qué anunciamos o denunciamos en los apostolados en los cuales estamos presentes? ¿Qué profetizamos en la Iglesia como institución?

Son desafiantes las palabras que ha recibido el profeta Jeremías para nuestra vida consagrada: “no te desanimes, no te dejes intimidar por aquella estructura y rigidez; por la edad (vejez o juventud); por títulos y cargos. Hoy es un tiempo propicio como vida consagrada para vivir nuestro profetismo desde dentro hacia fuera, para transformar nuestras comunidades con gestos, compromisos, diálogos y escuchas que muchas veces pueden enfurecer a quienes nos escuchan, hermanas o hermanos de comunidad.

Hoy el evangelio nos remece y saca de nuestra comodidad, nos interpela a preguntarnos por nuestro protagonismo en nosotros y nosotras mismas, en la comunidad, en la Iglesia y en la comunidad global que es el mundo. Hoy otros nos gritan, otros denuncian, la creación grita por la violencia que sufre, ¿Dónde profetizamos? ¿A quiénes profetizamos? Son preguntas que quedan abiertas que cada uno debe ser capaz de cuestionarse y responder.

Como ya anunciamos también el evangelio nos enrostra que la Buena Noticia de Dios es acogida con apertura en quienes parecen no ser de nuestra patria; Dios tiene una predilección por aquellas personas excluidas y apartadas que con un corazón despierto se dejan asombrar y acogen el mensaje de salvación y transformación.

Acojamos este imperativo de ser profetas, escuchemos lo que la Buen Noticia nos trae, transformémonos desde nuestro interior, en nuestras estructuras sin dejarnos intimidar por la rigidez y el acomodamiento, es el mismo Señor quien nos anuncia su Palabra. Debemos dar vida transformada, ser signos de esperanza para todo lo creado, para nuestros institutos y comunidades, para quienes son de lejos y de cerca y decir: Mi boca anunciará incesantemente tus actos de justicia y salvación, Dios mío, Tú me enseñaste desde mi juventud, y hasta hoy he narrado tus maravillas.

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