«El Reino de los Cielos se parece…»
(Mt 13,44-52)
Hna. Claudia, ap
En el Evangelio que compartimos este domingo, Jesús continúa enseñándonos acerca del Reino mediante parábolas. La parábola es una comparación que permite a quien la escucha, mediante una narración sencilla, comprender una verdad profunda encerrada en ella y son consideradas características de la manera de enseñar de Jesús.
Así, luego de enseñarnos cómo Dios va actuando en la historia, cómo se va haciendo presente el Reino en medio nuestro a pesar de los obstáculos que dificultan su “crecimiento” o de la aparente “pequeñez” que limita su influencia o efectividad, ahora nos hace presente la respuesta del discípulo frente a su llegada, usando la comparación del tesoro y la perla preciosa.
En ambos casos, ya sea el tesoro encontrado o la perla preciosa, la llamada es una invitación a poner “manos a la obra”: luego de la sorpresa y alegría inicial, tanto quien encuentra el tesoro como el mercader que encuentra la perla, van “y venden todo” con tal de conservar la “riqueza” que han encontrado; el seguimiento del Señor implica una respuesta que es “compromiso”, “tarea”; como en la parábola del sembrador no basta el “sembrar la semilla” hay que procurar que caiga en aquella “buena tierra” que permita su germinación, la “renuncia” es necesaria no porque si, sino porque ella es camino para alcanzar algo más grande; el romper con lo anterior no es vana rebeldía sino posibilidad cierta de acoger lo nuevo que está aconteciendo con la llegada de Jesús y cuya plenitud se comprenderá cabalmente al final, cuando la tarea esté acabada.
Comprender esto es una “gracia” que posibilita el discernimiento, el poder conjugar lo antiguo con lo nuevo en vista al Reino. Este “movimiento”, que no se detiene, estimula y sostiene el desafío diario de hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo, Reino que no es “comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14,17), anhelos tan profundos del corazón humano.