Fidela Bórquez Sandoval
Franciscana Misionera de María
El evangelio del domingo pasado nos invitaba a reconocer a Dios como Padre, confiar en su cuidado hacia sus hijos y a reconocer que aún nosotros siendo malos también sabemos dar cosas buenas. Confiar en la providencia Divina, confiar en Dios Padre.
Este domingo es una recomendación de atención a no caer en la codicia, de ese deseo desordenado de riquezas u otros bienes de cosas que nos dan seguridad, poniendo nuestra confianza en lo efímero.
Jesús dice a sus oyentes de guardarse de toda clase de codicia “ya que el tener no da la vida” esto no quiere decir que vivamos de una manera mediocre, sino de poner nuestro corazón donde debe estar, tener a Dios como una única riqueza y al centrarnos en él podremos tener nuestra mirada en aquellos que más sufren.
En el seguimiento de Cristo nos hemos comprometido a vivir en pobreza y teniendo todo a nuestro uso no tenemos nada. La realidad es que no estamos exentos de las pasiones humanas, aun teniendo todo a nuestra disposición muchas veces deseamos y exigimos más. Podríamos preguntarnos si ¿en nuestro seguimiento de Cristo pobre y humilde actuamos libres de toda ambición? ¿Es que el Reino de Dios esta por encima de nuestros anhelos materiales y de bienestar?
El peligro es dejamos llevar por la ambición no siendo capaces de mirar nuestro entorno, no siendo solidarios con los que menos o nada tienen. Lo más triste es cuando entramos en luchas de poder dentro de nuestras comunidades, olvidando que todo cargo de autoridad es un servicio de lavarnos los pies unos a otros, así como lo hizo el Maestro.
Es interpelante para nosotros religiosos, cómo los más pobres se organizan para que a ningún vecino le falte un plato de comida. Podríamos mirarnos ¿cómo andamos de solidaridad y compartir en nuestras comunidades, como vivimos esta solidaridad hacia fuera y dentro de casa?
“Así pasa al que amontona para si mismo en vez de trabajar por Dios”… Pasa que al final vive solo y muere solo, pensando en sí mismo, trabajando por algo que no llevará consigo cuando baje a la tumba o quedan esos bienes que serán causa de división para los suyos.
¿Para quién he trabajado? ¿Por quién he dado lo mejor de mí? ¿Cuáles han sido mis motivaciones más profundas?
Que el Señor nos conceda la gracia de ser signos de comunión y esperanza, no acostumbrarnos a las situaciones injustas, a la violencia en todas sus manifestaciones, que seamos artífices de paz, unidad, verdad y transparencia compartiendo los anhelos y riqueza de nuestro pueblo que busca una vida digna y segura.
Que vivamos en espíritu de solidad y desprendimiento, compartiendo lo que la Providencia nos regala cada día, con un corazón agradecido por lo que muchos han trabajado para que nosotros tengamos lo que hoy disfrutamos.
Así sea.