Hna María Salomé Labra M, SSpS
¿Qué moviliza a una persona a salir de madrugada a visitar el lugar donde se encuentra alguien que ha muerto? ¿Qué suscita a hombres y mujeres a dejar sus tierras, su país y ponerse en camino hacia lo desconocido con el único deseo de algo mejor? ¿Qué hace ir más allá de lo que supuestamente son nuestros límites? ¿Qué moviliza la esperanza? Son las preguntas que me surgen desde la lectura meditativa del evangelio de hoy.
Estas preguntas, al mismo tiempo, me llevan a rememorar la oportunidad que tuve hace unos días de participar de la conferencia de Erik Weinhermayer, el primer deportista ciego que escaló el Everest entre otras altas cumbres y quien actualmente, se encuentra incursionando en canotaje. De su compartir me quedó resonando entre otras cosas que “él es una persona ciega, que no ve, sin embargo, tiene una pasión y una visión que lo moviliza y motiva a emprender…” y que puede ir desarrollando gracias a un equipo de compañeros que lo acompañan, un círculo que está con Él en los buenos y malos momentos. ¿Qué tiene que ver todo esto con el evangelio?
El evangelio nos relata que, como las Mujeres del Alba, María Magdalena, aparece muy de madrugada, surcando la noche, en búsqueda de aquel que ha dado sentido a su vida. Encuentra un signo incomprensible para ella: “la losa quitada del sepulcro” y corre en busca de Pedro y Juan para manifestarle su preocupación “se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Ellos la escuchan y no dudan en correr al sepulcro. Allí constatan el hecho, encontraron las vendas dobladas, pero Él no estaba. Se dice que Juan “Vio y creyó” y concluye el texto que “hasta entonces no habían entendido la escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”. Llegaron a comprender el acontecimiento en la comunicación de lo que cada uno de ellos fue escuchando, viviendo y fue acogiendo. En la vivencia personal que al comunicarse conecta con las inquietudes del otro y empieza a ser colectiva, ampliando la consciencia y mirando la realidad más profundamente. Allí surgen las posibilidades nuevas.
La experiencia de encuentro con la Resurrección, misterio central de nuestra fe, es una experiencia movilizadora. Ella emerge en medio de la noche, cuando todo parece perdido, cuando los controles y certezas que tenemos de cómo son las cosas comienzan a resquebrajarse y a caerse… solo entonces surge una brecha que posibilita que surja la vida, cómo la semilla que necesita romperse y pudrirse para dar un nuevo brote. Requiere de la actitud de la confianza, de creer que hay algo más, de buscar con otros y de tener una visión que posibilita la vida y señala que la muerte no tiene la última palabra y nos mueve al compromiso dejando emerger la creatividad del amor.
Cuantas experiencias de transformación, en nuestra vida, surgen de eso que nos motiva a buscar, a movilizarnos, a soñar con algo distinto a lo que experimentamos, a buscar otras posibilidades, a poner en ejercicio otras dimensiones de nuestro ser a las que no le hemos puesto atención y que quizás hasta hemos menospreciado, de la disponibilidad de buscar con otros, con personas diversas, escuchando y/o acompañando y/o colaborando. De la disposición de querer permanecer y acoger la experiencia de dolor y/o muerte que nos permiten dar la bienvenida a nuevas expresiones de vida que los acontecimientos nos van señalando. La intuición de quien se ha experimentado amado y de quien ama lleva a lo esencial y nos pone en camino de reconstruir constantemente la esperanza. La Resurrección de Jesús nos señala el horizonte, ¿Estas dispuesta/o a dejarte movilizar por Cristo resucitado? ¡Bendecido tiempo pascual para cada uno/a de nosotros/as!