“Que el mayor de ustedes se haga el servidor”
Marcelo Lamas
Clérigos de San Viator
Es habitual encontrar en el evangelio diversas controversias entre Jesús y las autoridades religiosas de su tiempo. No podemos afirmar que los escribas y fariseos fueran malas personas; lo que ocurre es que un buen número de ellos habían distorsionado la auténtica tradición espiritual judía. Lo que intenta el evangelista es describir a un tipo de persona religiosa, que identifica en ciertos pasajes con los maestros de la ley, fariseos y saduceos. Incluso, podemos afirmar que no sólo le interesa a Jesús denunciar la hipocresía a estos grupos, sino que también este mensaje quiere que sea escuchado por el pueblo y sus discípulos. En el fondo, todos corremos el riesgo de asumir una conducta farisaica.
Lo primero que Jesús resalta es el abuso de poder de las autoridades judías. El fariseo es aquel que ocupa una silla que no le pertenece. En algunas sinagogas había una silla llamada “la cátedra de Moisés»; se pensaba que el maestro de la ley que estaba sentado allí era el mismo Moisés que le enseñaba al pueblo. La tradición profética fue reemplazada por los escribas y fariseos. De la profecía se pasó a los preceptos y normas de los rabinos, que las hacían pasar como «palabra y voluntad de Dios”. El fariseísmo basaba su práctica en la observación de preceptos y normas ahogando esa disponibilidad a dejar que la gracia de Dios actúe.
Otra característica del fariseísmo es la incoherencia. Jesús es crítico con aquellos dirigentes religiosos en que no hacen lo que dicen. Esto es habitual en muchos miembros de la Iglesia: laicos y religiosos, que tienden a exigir a los demás aquello que ellos no cumplen. Se muestran como personas muy piadosas y sensibles, pero en su corazón hay orgullo y soberbia. Desprecian y critican a quienes que no son tan “santos” como ellos.
Un tercer rasgo es la tendencia a cargar con pesos inaguantables a los fieles que buscan una experiencia con el Señor. Reemplazan la fe, el amor a Dios y el servicio a los hermanos por una práctica religiosa legalista y ritual que va ahogando la vida, generando ansiedades y angustias, en vez de ayudar a las personas a encontrar la paz interior. Por eso Jesús les dice al pueblo: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré…” (Mt 11,28-30).
El exhibicionismo es el cuarto rasgo que critica Jesús. Llama hipócritas a los que practican sus oraciones, obras solidarias y ayunos para ser vistos y reconocidos por los otros. Este deseo de exhibirse, de buscar admiradores y obtener reconocimiento, incluso hoy en las redes sociales, no ha desaparecido. Se observa esta conducta en las comunidades religiosas y en los grupos pastorales e instituciones educativas. ¡Qué importante es discernir las motivaciones de nuestras acciones, actitudes e intenciones! A veces lo que mostramos a los demás no es un testimonio auténtico y humilde; nuestro narcisismo aflora, buscando ser amados, valorados y admirados.
Al final del evangelio de este domingo se despliega la imagen de una verdadera comunidad cristiana, donde se han eliminado toda forma de desigualdad y supremacía. Es lo opuesto a lo que ocurre en nuestras sociedades, incluso en nuestra Iglesia y congregaciones, donde muchas veces hay discriminación, distinciones entre autoridades y súbditos y privilegios de los grupos dominantes.
Hay realidades que muchos de nosotros consideramos importantes, pero al contemplar la praxis de Jesús observamos que no tienen lugar en él. Jesús les enseñó a los discípulos que rechazaran o no buscaran: los primeros lugares, los títulos honoríficos, las genuflexiones y adulaciones. En la cena de despedida, surge entre los apóstoles la pregunta sobre cuál de ellos era el mayor, y Él les dijo: “Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar benefactores. Ustedes no sean así; al contrario, el más importante entre ustedes compórtese como si fuera el último y el que manda como el que sirve” (Lc 22,25-26).
En la comunidad cristiana los únicos títulos bendecidos son: hermano, hermana, discípulo, siervo y aquellos que indican un ministerio, un servicio. Las últimas palabras del texto representan el resumen de todo el mensaje: “El mayor de ustedes que se haga servidor de los demás; quien se alaba será humillado, quien se humilla será alabado” (v. 11)