«¡OH DIOS!, TEN COMPASIÓN DE ESTE PECADOR”
Fray Ricardo Miranda, OfmCap.
Evangelio según San Lucas 18,9-14
Cada aspecto de la vida tiene una particularidad una verdad innata, que la hace única y que le hace dar un aporte sublime a todo lo que le rodea.
Cuánto cuesta encontrar esta verdad, cuánto cuesta descubrir el sentido de las cosas y más aún, cuánto nos cuesta aprovechar y disfrutar, lo que se nos regala en forma gratuita en cada momento de nuestra vida.
La vida nos va marcando, nuestro entorno, nuestros cercanos, los grupos a los que pertenecemos nos van dando una impronta, que en muchas ocasiones nos ayudan a enfrentar grandes desafíos en la vida y salir triunfantes, pero también nos hacen pensar de maneras particulares, nos encierran en estructuras, que no nos permiten ver la realidad y poder apreciar la verdad de las cosas.
Dos personas están orando dos personas que son hijos de Dios, que han recibido los mismos beneficios del creador, pero que la vida a cada uno de ellos, los fue marcando de manera distintas, ¿qué orara cada uno?, ¿cuál será el dialogo profundo que tendrá cada uno de ellos en esa oración?
Uno es publicano, el otro es fariseo o podemos decir también, uno es religioso, el otro es laico o también decir uno es de misa diaria y el otro de vez en cuando. Podemos seguir dando muchos nombres a los grupos a los que pertenecen estos dos hombres, pero ciertamente lo que nos tiene que quedar claro, es la manera de influir de estos grupos, en la manera que tienen para orar estos dos hombres.
«¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo».
Hoy también existen algunos que se sienten justos seguros de sí mismos y desprecian a los demás, algunos son los buenos, otros los equivocados. ¿En dónde me ubico yo? ¿A qué grupo pertenezco? ¿Cómo pienso? ¿Cómo es mi manera de orar, qué le pido a Dios en mi oración?
El evangelio de este domingo nos invita a dejar de lado las estructuras, a no tener miedo de dejar de pertenecer a tal o cual grupo, y a mostrarnos frente a Dios con nuestra verdad, nuestra pobre y hermosa realidad, somos hombres amados, tremendamente amados, pero esto hay que experimentarlo y solo lo podremos hacer. Si nos reconocemos “El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Solo de esta manera podemos descubrir cuál es la mejor forma de orar, “porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Mostrémonos como somos, hablemos desde nuestra realidad con Dios, no le ocultemos a Dios, algo que el ya conoce, que es nuestra realidad más profunda, y digámosle «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Solo Dios nos hará libre.
Paz y bien.
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