Margarita Jaque Avila
Carmelita Vedruna
Con gran alegría les comparto algunas vivencias de nuestra misión Inter en Quinta Tilcoco. Experiencia vivida con hermanas religiosas y laicas unidas con el mismo fin, vivir semana santa con los migrantes de esta zona de Rancagua. Llegamos con mucha ilusión y nos acogieron con gratuidad y cercanía las Hermanas del Amor misericordioso, el padre Javier de la Congregación del Amor de Dios en la Parroquia de la Asunción en Quinta. La pastoral de catequesis nos preparó la comida. Las hnas. De Santa Marta nos dieron alojamiento. La verdad es que estuvimos muy regaladas en esta misión.
Nuestra tarea era visitar a los migrantes del lugar, contactarlos y conectarlos con la parroquia, pues en ella se abriría una oficina para atenderlos y ayudarlos en sus necesidades más inmediatas. Y como centro vivir la semana santa con la comunidad de Quinta Tilcoco, en medio de la gente, integrando a todos los migrantes que quisieran participar.
Es ya sabido que cuando vamos a misionar, somos nosotras las que salimos misionadas. Al contacto con cada familia que visitamos, rescato la acogida, sencillez, alegría con que nos recibieron, su apertura para compartirnos lo que estaban viviendo como familia en Chile. Las mayores dificultades que tienen es con sus papeles, luego el trabajo que lo tienen, pero inestable. Necesitan que alguien les oriente sobre las leyes del país, que les acompañen a regularizar sus documentos. Nos encontramos con gente de 4 nacionalidades en el lugar: Haitianos, venezolanos, colombianos, bolivianos. De todos ellos, los que más mal están son los bolivianos.
Una de las experiencias más bonitas que vivimos con ellos fue la tarde del sábado que los invitamos a compartir un ratito de convivencia en la parroquia. Nos juntamos con ellos a las cinco de la tarde del sábado santo. Llegaron 40 adultos y varios niños de tres nacionalidades, más las nuestras, sacábamos la cuenta que habían 7 nacionalidades reunidas. Compartimos la alegría de sentirnos hermanos en un país que nos acoge. Se conocieron entre ellos, algunos de la misma nacionalidad viviendo en el mismo pueblo. Brotó enseguida la alegría, la fiesta, el baile. Los haitianos fueron a buscar su música, micrófono y se armó “el carrete”, los venezolanos salieron a la pista con su Joropo y Salsa, los haitianos con su música típica, los bolivianos con su cueca boliviana y así fuimos compartiendo la vida de nuestros pueblos. Los observaba, cómo gozaban, era como si por un momento estuvieran en su propia tierra con sus seres queridos.
Su petición más profunda el que les ayudemos a traer a sus hijos que quedaron en su tierra lejana.
Por la noche María nos invitó a la feria que se coloca en la tardecita de los sábados, donde se vende de todo, ahí nos encontramos con los hermanos haitianos que ya tienen su puesto de venta y van avanzando en estabilidad económica.
Con mucha unción vivimos el vía crucis que fue preparado con tanto detalle por la gente de la parroquia. Los migrantes también tenían una estación y juntos cargaron la cruz del Señor.
Y emocionante fue vivir la vigilia Pascual con ellos. Esa noche se bautizó una pequeña haitiana. Nos unimos en la alegría de Jesús Resucitado y compartimos esta noche Pascual como hermanos, hijos de un mismo Padre, cantando con gozo que Jesús ha Resucitado y nos espera en Galilea.
No quisiera dejar fuera la experiencia de comunidad vivida entre hermanas y laicas, la verdad es que sin conocernos, nos abrimos a compartir la vida entre nosotras y dejarnos tocar por el hermano y hermana migrante. Fueron muy enriquecedores nuestros “compartires”, regresamos a casa con ilusión y esperanza y con deseos de regresar para poder entregar algo más de lo que somos y tenemos.
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