En virtud de esta función, el Obispo de Roma, como principio visible de unidad de toda la Iglesia (cf. LG 23), es el garante de la sinodalidad*. A él le corresponde llamar a toda la Iglesia a la acción sinodal, convocando, presidiendo y confirmando los resultados de los Sínodos de los Obispos. Asimismo, debe velar por que la Iglesia crezca en un estilo y en una forma sinodal.