jueves , 26 diciembre 2024

Padre José Aldunate: 100 años de vida ejemplar

Texto publicado en ReflexionyLiberacion.cl

Nuestro Homenaje y Reconocimiento al querido P. José Aldunate Lyon,  Jesuita y Moralista que el pasado lunes 5 de junio cumplió 100 años de vida, lucha y testimonio ejemplar. Y, a solicitud de diversas personas y Comunidades Cristianas de Latinoamérica, presentamos este excelente y profético artículo de P. Pepe, escrito hace más de 25 años y de plena vigencia para Chile, América y el Mundo.

 

Nuestra Ética para nuestros Tiempos

Tarea de todos y también de la Iglesia.

Nuestro artículo tiene tres partes. La primera, expone la necesidad absoluta que tiene la humanidad de una ética que responda a nuestros tiempos. Esa necesidad la compulsaremos en tres ámbitos: en el mundial, en el latinoamericano y en el más reducido de nuestro Chile.

Una segunda parte buscará señalar las características de esta ética universal.

La tercera parte se pregunta de dónde surgirá esta ética. ¿Cuál es el papel que tendrían en esto las religiones y las iglesias? Y más particularmente ¿Cuál podría ser la contribución de la Iglesia Católica en la gestación y elaboración de esta ética?

Necesidad absoluta de una ética universal para nuestros tiempos

Empezando por la necesidad de un orden mundial, está la tesis brillantemente defendida por Hans Kung en su obra reciente: “Proyecto de una ética mundial”. La humanidad no podrá sobrevivir sin una ética mundial.

Saltan a la vista las absurdas y suicidas inmoralidades de un desarrollo sin norte y sin guía. Cada año se gastan 900.000 millones de dólares en armamentos militares, pudiendo con esta cantidad dar techo a 300 millones que no tienen vivienda y solucionar en pocos años todo el déficit de habitación mundial. Cada año se destruye una superficie de bosques -que son el pulmón del globo- en una extensión equivalente a tres provincias de Chile y se termina para siempre con 360 especies animales vegetales que son parte de nuestro patrimonio genético. Cada año se destruyen alimentos y se limita su producción. Cada año mueres 12 millones de niños de hambre y la mayor parte de la humanidad está bajo el nivel de la pobreza y no puede alimentarse como debería. Estas situaciones arguyen la absoluta no vigencia de criterios éticos.

El enorme desarrollo tecnológico está pidiendo a gritos su complemento de alma: convicciones éticas. Está por de pronto el poder nuclear capaz de destruir el universo. El desenfreno en la producción tiene a agotar la naturaleza por una parte y convertir el mundo en un basural por otra la información y comunicación mutuas, cada vez más plena y directa, pide a nivel ético un lenguaje común para que sepamos entendernos realmente. En una palabra, como lo explica bien Teilhard de Chardin, la conciencia colectiva de la humanidad tiene que ir asumiendo la responsabilidad por el futuro del hombre y de su evolución. Todo esto nos habla de una ética colectiva que oriente esta conciencia.

Los pensadores de nuestros tiempos, las Universidades, los organismos internacionales y los jefes religiosos han tomado conciencia de esta situación mundial y buscan soluciones. Nos tocó participar en noviembre de 1990 en un simposio convocado por la Goetheuniversitat de Frankfurt que buscaba un concepto compartido sobre derechos humanos que pudiese orientar las diversas culturas y filosofías de las cuatro partes del mundo. Ese mismo año, el World Economic  Forum de Davos organizó otro congreso alrededor del tema: “¿Por qué necesitamos modelos éticos globales para sobrevivir?”. La UNESCO se ha preocupado del papel de las religiones mundiales en la construcción de la paz y el Papa Juan Pablo II reunió a representantes de todas las confesiones en Asís para rogar por la paz.

La urgente necesidad de una ética mundial se aplica también a Latinoamérica que está cada vez más integrada al mundo y participa de sus contradicciones y amenazas para la sobrevivencia. Pero Latinoamérica tiene también una coherencia regional que debería imponer una mayor integración y solidaridad.

La homogeneidad religiosa racial e histórica de nuestros pueblos hacen más factible la elaboración de una ética universal y su implementación. Los problemas que exige para su solución un talante ético son también más homogéneos: la pobreza, el contraste entre ricos y pobres, el militarismo y armamentismo, la marginación de los indígenas, el comercio de drogas y la corrupción funcionaria. La violencia bajo todas sus formas.

En este quinto centenario de las Américas, conviene plantear fuertemente esta exigencia, la de una ética que responda a las necesidades y aspiraciones de esta patria grande de Bolívar y San Martín.

Y hablando finalmente de Chile, nuestro país sufre además contradicciones y aporías propias de un tránsito desde un régimen de dictadura hacia una democracia. Indudablemente, en dos años, se han creado espacios en que la libertad y la eticidad han comenzado a florecer. Pero el imperio de la verdad, la justicia y la reconciliación se ve aun notablemente entrabado. ¿Cómo llegar a un auténtico estado de derecho cuando rige la impunidad para atroces crímenes y hay todo un género de ciudadanos que viven exentos de la obligación común de dar cuenta de sus actos? Se habla de soberanía del pueblo y éste no tienen manera de hacer valer su voluntad frente a las disposiciones arbitrarias que le han impuesto. Se proclama la vigencia de los derechos humanos y el 41% de la población no tiene derecho real a los medios más esenciales de vida. A pesar de esta realidad, se pregona el gran éxito de nuestro sistema económico. Estos absurdos y otros muchos están en cierta manera encubiertos por las instancias jurídicas, económicas y políticas que están en juego. ¿No faltaría una instancia ética que pudiese revelar la hipocresía de lo jurídico y la inoperancia de lo político, y haga sentir su peso para encaminar nuestra marcha en servicio del hombre real?

Esta es precisamente nuestra tesis: hace mucha falta, para este tránsito a la democracia, una instancia ética. Este vacío no lo llenan las iglesias que han manifestado inhibición para actuar en este terreno de lo contingente. Tampoco han logrado las instituciones de derechos humanos situarse eficazmente en este nuevo contexto político.

CARACTERÍSTICAS DE ESTA ÉTICA UNIVERSAL

  1. Ha de ser una ética universal, ecuménica (de todo el mundo habitado), es decir, no vinculada a lo particular (raza, religión, ideología, intereses, partidos…). Debe tener la aceptación de las mayorías conscientes, reflejar sus opciones fundamentales.
  2. Debe ser una ética de responsabilidad. Ha de hacerse responsable del mundo y de su futuro, del pleno desarrollo de la humanidad. Se le juzgará por sus resultados.
  3. Su meta ha de ser humanizar la humanidad. Que ésta pueda realizarse más plenamente, individual y socialmente, desarrollar sus rasgos constitutivos, no solamente su racionalidad sino también su afectividad y demás capacidades, su capacidad de relación y solidaridad, su capacidad de acción y transformación del mundo.
  4. Será una ética histórica que asume toda la evolución de la humanidad, su pasado, su presente y su futuro. Una ética holística o global que forma al hombre en todas sus dimensiones y dentro del mundo físico que lo enmarca y condiciona. Una ética por tanto ecológica.
  5. Será una ética liberadora de todas las violencias y esclavitudes, tanto colectivas (encarnadas en las instituciones: costumbres, leyes, religiones, sistemas, símbolos, etc.) como personales (centrada en la conciencia).
  6. Será una ética dialogal, fruto del encuentro y comunicación de todas las lenguas y culturas. No excluirá a priori ninguna partícula de la verdad del hombre. En especial dialogará con las ciencias, las tecnologías, el arte, la filosofía y el sentir del pueblo.
  7. Dialogará particularmente con las religiones y con sus instituciones morales o éticas, tanto teóricas como prácticas. Las convocará no solamente para escucharlas sino para lograr su cooperación a la obra común de promover la humanización del mundo, condición de su propia sobrevivencia.

Estas -nos ofrece- sin las características que tendría que tener una ética que quiera responder a un gran vacío que nos ostenta el mundo moderno. Unos han denominado esta ética, una “ética minimal” que ofreciera el mínimo común exigible de obligaciones para todos, otros “una ética cívica” o “una ética ciudadana” o “una ética secularizada”

¿Cómo surgirá esta ética de los tiempos nuevos? Contribución de la Iglesia

Parece indudable que esta ética no se da, al menos en un grado ponderable. Precisamente, por este “vacío”, está el mundo como está. Pero entonces muchas preguntas se nos ofrecen. ¿Por qué se ha producido esta falla que podría ser tan fatal en la evolución de la humanidad? ¿Dónde están los obstáculos y las responsabilidades? ¿Qué hacer ahora para remediar esta diferencia? ¿A qué elementos positivos se podría recurrir?

Para responder estas preguntas necesitaríamos el concurso de psicólogos sociales (o tal vez psiquiatras sociales), historiadores, filósofos, teólogos, etc. Hemos de dejar estas preguntas abiertas, porque nos falta espacio y competencia para abordarlas aquí. Y también porque queremos concentrarnos en una pregunta más particular: ¿Cuál podría ser la contribución de la Iglesia Católica en la gestación y elaboración de esta ética? Y esto, tomando en cuenta el triple espacio que demanda esta conducción ética; el espacio mundial, el latinoamericano y el de Chile, nuestra patria.

Ante todo, situemos a la “ética cristiana” frente a esta otra que postulamos para el mundo de hoy. Nos ayudará un poco de historia.

La Iglesia ha sido con su doctrina y con su ética, la “Madre y Maestra” del “occidente cristiano”. Impregnó el imperio romano, educó a los bárbaros, forjó las nuevas nacionalidades de Europa, irradió a través de conquistas colonizadoras y la predicación misionera, sobre todo el mundo. La pregunta es: ¿qué pasó que esta ética cristiana, propalada por la Iglesia, no llegara a constituir una ética para el mundo?

Hay, en la Iglesia, quienes porfían de que no puede haber otra ética para el mundo. Pero históricamente comprobamos que esta ética no ha sido eficaz para combatir los elementos de corrupción y asegurar la sobrevivencia del mundo moderno.

¿Dónde ha estado la falla?

Una educadora debe reconocer el momento en que su pupilo deja de ser niño y se va volviendo adulto y responsable. Nuestra hipótesis es que la Iglesia no supo reconocer oportunamente esta evolución.

Lo que llamamos “modernidad” entró en la cultura occidental con el Renacimiento, y más plenamente con la Ilustración (s.17 y 18, Independencia américa y Revolución Francesa. Los Derechos Humanos y la Democracia.) La Iglesia tardó dos siglos en darle un pleno reconocimiento. Esta tardanza fue fatal.

Efectivamente, fue el Concilio Vaticano II (1962-65), el que marca el final de una mentalidad de Edad Media y de una ética de Cristiandad y abrió la Iglesia al mundo moderno. Fue un vuelco copernicano, como enfatizó Pablo VI, en que la Iglesia se constituyó “servidora del mundo”.

Para poder servir al mundo, la ética cristiana deberá dar dos pasos:

El primer paso es renovarse ella misma, “modernizarse” en un buen sentido, dejar de ser la “ética de Cristiandad”. No logró hacerlo en el mismo Concilio Vaticano II; la renovación, comenzaba por Bernard Haring y quedó bloqueada. Pero la moral cristiana se ha ido renovando en el post-concilio, no sin graves dificultades.

El segundo paso, es que la ética cristiana entre a dialogar con las demás instancias que influyen en las conducta y motivación de la humanidad, con las grandes religiones, con las ciencias y tecnologías, con los movimientos de la historia. Dialogar quiere decir ante todo escuchar.

Este diálogo es también parte de la renovación de la propia ética cristiana. En realidad, no hay real diferencia entre estas dos fases: una ética cristiana renovada se sabrá situar en un contexto mundial y no será por esto menos cristiana.

Estas, nos parece, son las condiciones para que la ética cristiana pueda retomar el papel que Cristo le entregó de dar la vida al mundo. Deberá dialogar con un mundo que ya es mayor de edad… o que, por lo menos, se siente tal.

No podemos, en esta síntesis histórica, omitir un generoso esfuerzo que hizo la teología cristiana para adecuarse al desafío de sus tiempos y crear una moral para toda la humanidad. Frente a los tiempos modernos, la renovación escolástica de los siglos XVI y XVII, continuada más tarde por la neo-escolástica de Jacques Maritain ha desarrollado toda una línea de “ley natural”, en búsqueda de una moral “autónoma” valedera para un mundo mayor de edad que no quiere admitir los postulados de la fe. Juan Pablo II ha dicho que la contribución de la Iglesia, “Experta en humanidad” es una concepción del hombre y de la sociedad.

Estas iniciativas están muy enmarcadas en una filosofía aristotélico-tomista. Hemos de ser cautos en asumir estos conceptos de “naturaleza humana”, porque a veces cargan mucha ideología y no han sido sometidos a un diálogo con las ciencias y con la historia.

Confirma lo dicho toda la trayectoria de la “Doctrina Social de la Iglesia” que ha debido, a partir de la realidad, buscar una nueva constitución epistemológica para llegar a ser relevante en la sociedad moderna.

Concluimos pues diciendo que la moral cristiana debe dejar de ser una moral de la Cristiandad; debe dialogar con el mundo y con la historia. Así podrá asumir, junto con las demás fuerzas vivas de la humanidad, el desafío de crear una ética que asegure el futuro de la misma humanidad.

Pasemos ahora al escenario latinoamericano. Para que podamos contar con una ética continental, ¿cuál podrá ser y debe ser el aporte de la Iglesia?

La Iglesia, católica principalmente, por cierto ha sido en esta parte del mundo y desde 500 años, la “La Madre y Maestra”. Ha forjado el talante ético y cristiano de nuestras mayorías. Pero ha sido igualmente una madre demasiado posesiva que no comprendió a tiempo -aún ahora no todos en ella parecen comprender- todo el alcance de la aspiración a la justicia y a la libertad que ha agitado y sigue agitando a estos pueblos.

Persisten aún mentalidades conservadoras de Cristiandad.

La inadecuación de la ética de Cristiandad se hizo patente en los movimientos de independencia nacional de principio del siglo pasado. Pero ya de antes arrastramos un pecado original: el de haber aplastado la ética y las culturas de los pueblos indígenas, junto con su religión, imponiendo las de la nación conquistadora. No creemos que baste deplorar este hecho como algo del pasado. Tenemos que expurgar este pecado y asumir actitudes nuevas.

La Iglesia latinoamericana se prepara para proclamar en la Cuarta Conferencia Episcopal en Santo Domingo, las líneas de una nueva evangelización. Esta implicaría lo que estamos necesitando con extrema urgencia: una ética para Latinoamérica, que responda a las angustiosas y amenazantes realidades que la afligen.

Esta ética deberá derivarse pues del examen de estas realidades. De aquí partirán nuestros obispos, conforme al método: “ver-juzgar-actuar”. El peligro siempre está en que la mentalidad conservadora de muchos falsee esta dinámica y termine con imperativos de acción que ya no responden a nuestras realidades sino a sus propios esquemas conceptuales. Ciertamente que no nos servirá una ética de principios abstractos, a-históricos, incapaces de transformar nuestra realidad.

Esperamos de Santo Domingo una ética liberadora, que haya descubierto en nuestro difícil devenir, en este “revés de la historia” la obra del pecado y también el proyecto de Dios y se aboque a la tarea de rehacer, con la cooperación de todos los hombres y mujeres de buena voluntad un camino de desarrollo integral en justicia y fraternidad.

Para terminar, digamos algo muy breve sobre lo tercero que nos propusimos.

Hemos hablado de la necesidad que tenemos en Chile de una instancia ética que nos oriente y apoye en el difícil tránsito hacia una verdadera democracia. Nos preguntamos ahora cuál ha de ser en esto el papel de la Iglesia.

Como hemos indicado, este camino hacia la democracia no puede estar entregado a condicionamientos puramente económicos, ni puede ser conducido por criterios solamente políticos, sino que debe encarnar los valores éticos de respecto a los derechos del hombre, austeridad de la vida, justicia y reconciliación, igualdad y fraternidad.

La Iglesia chilena, en los 17 años de dictadura, ha hecho todo un aprendizaje. Ha aprendido a jugarse en forma muy concreta en la defensa de los derechos humanos, dentro de la contingencia de todas clases de atropellos reales. Y esta defensa práctica del hombre, ha tomado posiciones frente a los poderes de la dictadura. No ha temido hacer la política contingente que se da en la defesa del hombre.

Ahora bien, es necesario que la Iglesia continúe en este terreno si ha de contribuir a crear esa instancia ética que nos hace tanta falta. Para esto ha de escuchar y dialogar con los demás agentes de nuestro acontecer, aportando su propia perspectiva.

Desgraciadamente, se advierte una tendencia regresiva en los ámbitos eclesiales, en el sentido de abandonar el terreno de lo contingente, para reconcentrarse en “lo propio” que vendría a ser religión y la moral cristiana. Pero esta moral, tal como se la concibe, abstracta, retórica, legalista, no interesa al ciudadano del mundo. No sirve para entregar vida y salvación al mundo.

La Iglesia chilena contribuirá a esta ética que postulamos, y ayudará a Chile en su tránsito a la democracia si mantiene este camino de servicio real a los derechos humanos que le ha conquistado prestigio, y si lo consolida en un diálogo abierto con todas las fuerzas vivas y sanas de la nación.

Conclusión

Hans Kung en su obra que hemos citado y que ha inspirado en parte este escrito, “Proyecto de una ética mundial” sintetiza su exposición en la siguiente tesis:

  • No hay supervivencia sin una ética mundial
  • No hay paz mundial sin paz religiosa
  • No hay paz religiosa sin diálogo entre religiones

Nosotros hemos querido situar su reflexión, netamente europea, en esta América y en este rincón del mundo y pensar qué significa este mensaje de salvar el mundo para nuestro quéhacer de cristianos comprometidos.

Me parece que las siguientes conclusiones pueden derivarse de lo expuesto:

  1. Es de extrema urgencia crear una ética de nuestros tiempos no solamente a escala mundial sino también a escala latinoamericana y de nuestro propio país.
  2. Para contribuir a esta ética para nuestros tiempos, la ética cristiana de asegurar su cobertura a la modernidad y a las otras éticas propias de otras religiones y culturas, Hans Kung habla de la paz religiosa. Una ética de Cristiandad es una ética no desprovista de violencia, que cae fácilmente en el fundamentalismo, el integrismo, el sectarismo, como lo ha demostrado la historia, y la propia historia de la “evangelización” de nuestro continente (“evangelización” entre comillas, porque tantas veces ha sido violenta e impositiva, muy lejos de ser una “buena nueva”).
  3. La ética cristiana no solamente ha de abrirse a otras culturas sino ha de dialogar activamente con ellas, dispuesta a dejarse enseñar y construir juntos una ética para el mundo, que no necesariamente será igual que una ética para el cristiano.

 

Publicado en revista “Reflexión y Liberación” N° 13 . Mayo de 1992

P. José Aldunate 100 años

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