Obedecer a Dios presupone el ob-audire, el escuchar a ese Misterio que discretamente “habla” (se dona, se manifiesta, se comunica, se revela) en la naturaleza: en su belleza y en su herida; en el “sagrario” de cada conciencia; en las culturas y religiones (judaísmo: primer testamento); en el acontecimiento de Jesús de Nazaret (cristianismo: segundo testamento); y en la(s) historia(s) concreta(s).